La obesidad es una enfermedad multifactorial cuyo tratamiento requiere un trabajo multidisciplinar (médicos, nutricionistas, entrenadores físicos, psicólogos).
A nivel fisiológico, la obesidad es un complejo trastorno endocrino y metabólico, que se acompaña de un cuadro pro-inflamatorio provocado por las células grasas y por la incapacidad del músculo de combustionar la grasa con normalidad. El ejercicio parece ser la única terapia capaz de revertir esta situación. Pero lo verdaderamente importante es comprender que la obesidad, más allá de conllevar un cambio de la imagen corporal, es un grave problema de salud que precipita el desarrollo de muchas otras patologías irreversibles, como, por ejemplo: la hipertensión arterial, la diabetes tipo II, la enfermedad coronaria, la osteoartritis, el cáncer de colon, el cáncer de pecho, etc. Concretamente, la obesidad alojada en la región abdominal (grasa visceral) es la que más se relaciona con la enfermedad, y esta redistribución de la grasa tiene tendencia a incrementar con la edad, el sedentarismo y los malos hábitos alimenticios.
Por el contrario, reducir los almacenes de grasa corporal cuando estos son excesivos, y concretamente la grasa de la región central o abdominal, ha demostrado mejorar la salud cardiometabólica en aquellas personas que son o no diabéticas y/u obesas. En este sentido, la evidencia científica apoya y confirma los beneficios que la práctica de ejercicio puede tener en la reducción de la grasa de la región abdominal en personas obesas de cualquier edad.
Estas reducciones de grasa corporal total (subcutánea y visceral) pueden conseguirse a través de distintos tipos y modalidades de ejercicio que, combinado con una correcta alimentación, ha mostrado contrarrestar los efectos negativos de la obesidad, mejorando los factores de riesgo de enfermedad crónica, como el perfil lipídico, el control glucémico, la sensibilidad a la insulina, la función cardiovascular y la presión arterial a las pocas semanas de iniciar un programa de entrenamiento. Tanto es así, que incluso modestas reducciones del peso corporal suponen importantes mejoras de la salud, y esto es así porque el ejercicio aporta beneficios independientes de la pérdida de peso.
Por tanto, claramente la combinación de ejercicio y abordaje nutricional es la terapia no-quirúrgica más efectiva para el tratamiento de la obesidad. Las ventajas de implementar el ejercicio físico a la propia dieta incluyen: pérdidas mayores de peso graso, preservación del tejido muscular y óseo (si se realiza entrenamiento de fuerza), mejora de la condición física, mayor adherencia al programa de pérdida de peso y mantenimiento del peso perdido, mejora de otras comorbilidades (hipertensión, diabetes, etc.), mejora del estado de ánimo, etc.
De esta manera, tanto el ejercicio “aeróbico” como el ejercicio de fuerza son muy importantes, y muy probablemente la combinación de ambos será superior que la realización exclusiva de ejercicio aeróbico para propiciar pérdidas estables de grasa corporal a largo plazo.
Guillermo Peña
Licenciado Ciencias Actividad Física y Deporte
Doctorando en Ciencias de la Actividad Física y Deporte
Master Alto Rendimiento Deportivo
Master Entrenamiento Personal, Prevención y Readaptación Físico-Deportiva
Posgrado Actividad Física y Salud